
Te va a resultar raro, compañero, pero los corrales siempre me han llamado la atención sobremanera. Los encuentro mágicos, sorprendentes y esquivos. Me gusta observarlos a través de la cortina de agua o mientras el sol inmisericorde agujerea sus paredes de adobe, viejos como nudos de encina. En Invierno son fríos y lúgubres, mientras que en Verano desprenden esa aureola mística de lo rural, esa desmedida visión ancestral, parte, de una manera u otra, de nuestra identidad.
Los corrales son inmisericordes, raros, canallas y vetustos. Me siento a gusto en los corrales, pero más en Verano, cuando desprender ese olor a campo, para algunos desagradable, pero sin duda intenso, mezclado con el olor ocre a trigo recién trillado, a fruto de trigo amarillo y dorado, a grano seco. Y es que desde los corrales, los verdaderos, aún se pueden contemplar las estrellas, y como la negra manta se avalanza hacia el horizonte con su cara blanca y claveteada como una sonrisa.
Sin duda, los corrales son más bellos al amanecer que al anochecer, cuando el sol se refleja en sus paredes de barro y caña, aunque ahora incluso con techos de uralita. Bendito progreso que lo barre todo y nos traslada hasta nuestros recuerdos de infancia, a la más paupérrima de las vivencias, pues mis vivencias, compañero valiente, si aún estás ahí, se condensan en leer a Juan Ramón, o al poeta-cabrero de Orihuela, bajo la sombra de un limonero, oliendo las ráfagas de corral y de espliego, y de romero del monte, que es más fresco en la madrugada oscura, en un patio de adobe y dado de cal blanca, con los ladridos de los perros inquietos o los tintineos de las ovejas dispersas.
(CORRAL)
Llena el alma tuya, llena y llena,
llena de campo, y olores, y trigo,
entre grano, esencia de arena,
tumbareçme y adorarte, contigo,
y contemplar yo la noche serena.
Llena, llena. Tú eres mi testigo
de olores que traigo a espliego,
y a romero, y a amor ciego.
A 26 de Agosto de 2009