"DICHOSA EDAD Y DICHOSOS SIGLOS AQUÉLLOS A QUIEN LOS ANTIGUOS PUSIERON EL NOMBRE DE DORADOS, Y NO PORQUE EN ELLOS EL ORO, QUE EN ESTA NUESTRA EDAD DE HIERRO TANTO SE ESTIMA, SE ALCANZASE EN AQUELLA VENTUROSA SIN FATIGA ALGUNA, SINO PORQUE ENTONCES LOS QUE EN ELLA VIVÍAN IGNORABAN ESTAS DOS PALABRAS DE TUYO Y MÍO"

martes, 23 de febrero de 2010

ACERCA DE LO METAFÍSICO DEL CAMPO (PARTE I.)



I. CAMPO.

Siempre me agradó pasear, sobre todo cuando me encuentro en mi pueblo, bajo el sol rústico -que es más amarillo y grande que el urbano- solapado al ancho cielo azul que desborda allá en el horizonte. Camino en soledad y lento, que es como se aprecian las cosas; a un lado casas bajas y blancas, al otro un lienzo de paisajes castellanos ribeteados por pequeñas motas de color verde oscuro y claro: las encinas. Las hay también más claras y delgadas. Son las retamas, que en Invierno se retuercen bajo el aullido del viento que baja de allá, de la Sierra, con los picos blancos y relucientes en la mañana. En verano se retuercen al son de tétricas Danzas de Muerte, bajo el ravel de las chicharras pardas. Los caminos son ásperos y duros, pues las ovejas los han prensado de tal manera que es raro que se levante polvo bajo los aullidos del ciezo. Las gavillas de los campos sembrados revolotean y se enredan en el pelo de astutos caminantes embozados, descansando bajo las sombras de las encinas lindantes al camino, dubitativos frente a oscuras encrucijadas. Asoman de vez en cuando dos o tres conejos, que atraviesan el camino con tres o cuatro saltos gráciles. Éste es mi paisaje, y seguro seguirá siendo mi hábitat durante muchos años (¡Dios lo quiera!). Sigues caminando, y al rato, oyes el viejo rumor de agua. Se descubre ante ti un río de aguas puras, utilísima, preciosa, casta y humilde, que decía el santo de Asís. Así sea.

II. RÍO.

Es curioso, pero los ríos parlan. Nítidamente, pero con más conciencia que muchas personas. Corren sus aguas por diversas corrientes, y si te zambulles, puedes notar los latidos de su corazón. Ríos son amores, vidas y desgracias. Sus fronteras se marcan mediante juncales abstractos y poblados, con culebras de mar que marcan su camino mediante un suave hilillo de plata sobre el lecho del río. En la noche, fría, serena o cálida, hasta aquí acuden a saciar su sed del día ciervos, jabalíes y hombres de las montañas, eremitas que huyen, como aquel Cardenio de El Quijote, de los desengaños amorosos que les deparó la vida. Tristes e infelices mortales, que no apreciáis vuestros sentimientos ni en un ardite, no os deparará la vida más que infelicidad comedida hasta que no aprendáis a valorar las pequeñas cosas de las que es guardián el propio hombre.
Una noche, estando yo a la vera del río oscuro y limpio, pensando en mil asuntos de estas cosas terrenas que engañan los sentidos del hombre, los nublan, y los languidecen, hoy por vez primera el susurro del río. Surgió de los cañaverales y fue rebotado hasta un viejo sauce llorón arraigado en lo más profundo a la tierra blanda y húmeda cercana al río. Quizá fueron los batanes que a Sancho, el bueno, nublaron el sueño por el temor al ruido que éstos hacían.

III. PASTOR.

Es necesario citar dos figuras sin las que el campo nuestro estaría incompleto. La primera de ellas será la figura del pastor, oficio antiquísimo, que ya desempeñaron importantes personajes bíblicos y que aún en nuestros días se sigue desempeñando de la misma manera y oficio.
Los pastores suelen ser esquivos, distantes y de pocas palabras, improntas y marcas adquiridas a lo largo de los días, que transcurren idénticos unos de otros, en la soledad del ancho campo, tumbados o sentados bajo las frescas sombras, o embozados en los días de lluvia fina o tardes de tormenta. Su banda sonora son las propias campanillas de sus rebaños, que como ejércitos, ocupan posiciones y acampan entre las encinas, las retamas y los olivares, segando hasta la raíz las muy diversas hierbas que en su camino se van anteponiendo. Diversas leyendas señalan que, en contadas ocasiones, se ha dado el caso de que el pastor arraigue junto a la encina en donde reposa en los atardeceres de estío, acompañando esta transfiguración los lentos, pausados y rítmicos ladridos de su fiel compañero: el perro.

martes, 15 de diciembre de 2009

Corrales.


Te va a resultar raro, compañero, pero los corrales siempre me han llamado la atención sobremanera. Los encuentro mágicos, sorprendentes y esquivos. Me gusta observarlos a través de la cortina de agua o mientras el sol inmisericorde agujerea sus paredes de adobe, viejos como nudos de encina. En Invierno son fríos y lúgubres, mientras que en Verano desprenden esa aureola mística de lo rural, esa desmedida visión ancestral, parte, de una manera u otra, de nuestra identidad.
Los corrales son inmisericordes, raros, canallas y vetustos. Me siento a gusto en los corrales, pero más en Verano, cuando desprender ese olor a campo, para algunos desagradable, pero sin duda intenso, mezclado con el olor ocre a trigo recién trillado, a fruto de trigo amarillo y dorado, a grano seco. Y es que desde los corrales, los verdaderos, aún se pueden contemplar las estrellas, y como la negra manta se avalanza hacia el horizonte con su cara blanca y claveteada como una sonrisa.

Sin duda, los corrales son más bellos al amanecer que al anochecer, cuando el sol se refleja en sus paredes de barro y caña, aunque ahora incluso con techos de uralita. Bendito progreso que lo barre todo y nos traslada hasta nuestros recuerdos de infancia, a la más paupérrima de las vivencias, pues mis vivencias, compañero valiente, si aún estás ahí,  se condensan en leer a Juan Ramón, o al poeta-cabrero de Orihuela, bajo la sombra de un limonero, oliendo las ráfagas de corral y de espliego, y de romero del monte, que es más fresco en la madrugada oscura, en un patio de adobe y dado de cal blanca, con los ladridos de los perros inquietos o los tintineos de las ovejas dispersas.


(CORRAL)

Llena el alma tuya, llena y llena,
llena de campo, y olores, y trigo,
entre grano, esencia de arena,
tumbareçme y adorarte, contigo,
y contemplar yo la noche serena.
Llena, llena. Tú eres mi testigo
de olores que traigo a espliego,
y a romero, y a amor ciego.

A 26 de Agosto de 2009



lunes, 14 de diciembre de 2009

SOLEDAD. 1ªPARTE


Allá fuera hace frío, pero la nieve que cayó aquella mañana ya ha desparecido bajo las ruedas impías de los automóviles y las pisadas huecas, vacías, estúpidas, de miles de personas que ponen rumbo a su trabajo. Aún no hay tiempo para la reflexión, y menos para el lado poético de estas vidas que se esfuman bajo una nívea capa caída a cuentagotas. No. No hay tiempo aún para nada.
Soledad. Frío. Desamparo. Nunca entendí porque estas palabras -entre otras muchas- pueden causar desaliento. Cuando menciono, en voz baja, la palabra "soledad" siento que se me vacía el alma, y lo encuentro atractivo. "Soledad", "soledad". Puedo provocar en mí un vacío cuando menciono, aunque sea en voz baja, una palabra que nunca, hasta el momento, me atreví a pronunciar en voz alta. Yo creo que soy solitario, aunque de manera inconsciente. Me gusta la compañía, pero me gusta estar solo, y es que hay momentos en los que yo mismo me incomodo. ¿Quién me habrá invitado a reflexionar sobre mis cosas? ¿Somos tan solitarios que despreciamos, a veces, incluso nuestra propia presencia?... y es que cuando más a gusto me siento es cuando estoy en el campo solo, con un folio desatado de furia y doblado en mil caras, con mis palabras, mis frases incongruentes, mis ensoñaciones y mis defectos, con el humo de mi cigarrillo formando cortimas de humo, ocultando mi rostro, y parece que estoy tras una tienda de campaña, o tras una catarata. Soledad es viajar sin uno mismo, andar sin rumbo, solo, hacía nuestros sueño y nuestras pesadillas, errar a ninguna parte sin equipaje, solo un cuerpo inerte, muerto, cochambroso y renquante a través del páramo de la Vida y de la Muerte. Siempre estamos solos, aunque lo neguemos rotundamente una y otra y mil veces más. Siempre Soledad. Siempre. Y si alguna vez te sientes acompañado, eres dichoso, pero desconfía de la compañía sincera, pues la sinceridad siempre fue arma de doble filo.
"Soledad". La palabra en sí es yerma. Está vacía, pero es tan congratulante... Tan estimulante que si la buscas comprendrás por que caprichosas praderas cantarinas caminamos sin sentido. Soledad es volar sin uno mismo, volar el otro sin nosotros, respetar esa intimidad violada de ese otro Yo al que esclavizamos, subyugamos, extinguimos... No seamos dictadores, no impongamos, no infravaloremos, pues ese otro Yo es el que nos corresponderá y el que luchará con espada de samurai, con velocidad de pantera o tigre junto a nosotros en la Vida y en la Muerte. Aprende a estar solo, y podremos jugar a estar ausentes, pues lo que está ausente es lo que esperas, lo que ha huído, lo pasado, pero lo que es tuyo -aún- es el presente. Que Dios nos pille confesados, compañero.

domingo, 13 de diciembre de 2009

De vuelta, espero...


Ha mucho tiempo que no escribía por estos lares. Pero casi prometí volver con el frío, mi aliado siempre, eterno, y publicar una serie -pocos- de poemas que compuse este verano bajo el abrigo tórrido de los campos de mi pueblo, y es que, aunque ame el frío, el Verano siempre será el Verano, con las mañanas de azúl limpio y sofocante y las noches de calor con la ventana del cuartp abierta, oliendo a tomillo, a romero, a cielo raso.

(DÉCIMA-A-LA-ENCINA)

Arrugada y anciana,
te sobrecoges al viento,
tras breves movimientos,
suaves en la mañana, 
todo es sentimiento.
¡Amiga, alegre y robusta!
en tus raíces te escribo,
y a las alondras asustas
tanta rabia que ofuscas
acallando tu derribo.

             A 18 de Agosto de 2009



(RETAMA-AL-CIELO)

Motitas verdes sencillas plagadas,
campos amarillos por mi amados,
lenguas de fuego alargadas,
lloro duelos de brotes quebrados.
Raíces por males, ¡envenenados!
al ancho cielo querría ascenderos,
con Ángeles cobijo y resguardo,
y que os rezara el largo campo pardo.

lunes, 12 de octubre de 2009

Si sigues ahí, vuelvo en estos días de falso Verano...

martes, 26 de mayo de 2009

Los individuos tristes.


Don Concepción siempre va ataviado con un viejo gabán que conoció mejores tiempos allá cuando reinaba su católica majestad Alfonso XIII, jovenzuelo putero, borracho y fumador, más dado a los coches veloces y deportivos y a los desfiles militares que a dirigir los destinos de una patria, acaso imperial, ya desfallecida. Se paseaba muy cuco calle Alcalá arriba, que es la más querida por los madrileños, con un nardo en la solapa, que no conjuntaba mucho, que una manola le había colocado mientras le intentaba sisar la cartera. Pero don Concepción, que parecía haber salido de un cuadro de Zurbarán, y que odiaba al alcohol y a las mujeres con ese odio que destilan unos ojos grises y violetas cuando llovía, era un individuo gris, pobre y sin un cuarto con el que tomarse un cafelito con leche. Mientras paseaba, ensimismado en sus asuntos y sus gestiones de trabajo de oficinista, irradiaba ese aroma, ese tufillo incontestable de los esperpénticos personajes cóncavos en la calle del Gato, plagado de suciedad, mierda y amor vacío que hacía incontestable cualquier pensamiento irracional. Lo peor de los personajes como don Concepción, el oficinista viejo, asmático y cansado era que habían nacido para ser individuos tristes, pero en esta vida, y él lo aceptaba con mal disimulada resignación, tiene que haber de todo, oiga.

lunes, 25 de mayo de 2009

La deuda de los canallas.



Si te digo la verdad, hace un tiempo que empecé a aborrecer a Arturo Pérez Reverte. Le veía como a un escritor de baratijas protegido por su papel de ex corresponal de guerra y disfrazado de tipo duro al más puro estilo Eastwood, pero hace poco, cuando terminé una interesante lectura de Raúl del Pozo, otro atrapa balas especializado en conflictos del desierto -hay que ver lo que da de si la antigua Mesopotamia-, comencé a leer, no muy convencido, una de las primeras obras del navegante murciano -navegante por eso de su pasión al mar- titulada El maestro de esgrima. Tengo que confesarte que me sorprendió. Y me sorprendió de forma grata. Tal vez le tenía mal conceptuada y caí en en error -craso error- de calificarle y juzgarle desde el punto de vista personal y no desde las bases de su trabajo como escritor. Me sentí algo miserable, algo ruín y algo, pero solo algo, canalla, y recordé al momento esos buenos ratos pasados con el capitán Alatriste y esa España de muros derruida que decía Quevedo, y que no era otra cosa que la abyecta y obtusa España de los Austrias vagos. El capitán Alatriste inculcó en mí, en cierto modo, esa pasión por la Historia de nuestro país cuando todos éramos católicos y todos íbamos a misa, incluso alguno había por ahi que escuchaba tres o cuatro diarias -léase Felipe II, el Rey Austero-. El capitán Alatriste y su fiel Íñigo me hicieron pasar tardes memorables frente al mar Mediterráneo, sonriendo bajo la cálida brisa de las costas de Cádiz. No he escrito ésto para justificar el trabajo de Pérez Reverte, ni mucho menos, pero sí empujado por esa deuda que tenía contraída con él desde hace años. Hoy creo que la he saldado. A partir de ahora podré juzgarle a mi antojo. O eso espero. Que el Señor os proteja.