Decía la gran figura del Novecentismo Ramón Gómez de la Serna, Ramón, como gustaba que le llamasen, que aburrirse es besar a la muerte, con esa exactitud metafórica propia de las greguerías, que al fin y al cabo no eran más que la suma de la metáfora y el humor. Pero también decía San Juan de la Cruz, el tonsurado abrumado por el misticismo, natural de la muy noble villa abulense, árida y seca ella, de Fontiveros, que pongamos amor donde no hay amor y sacaremos amor; después de reflexionar, no mucho, culpa de los exámenes que sobre mí se lanzan -¡cobardes!-, me pregunto si besar a la Muerte, donde suponemos no hay amor, donde inquirimos que no hay nada, si besar a esa Nada es el aburrimiento, y la verdad es que yo no recuerdo si antes de nacer me aburría o no. También decían los jóvenes luchadores del Mayo francés, siempre bajo la capa o el manto de papel de Sartre, que el aburrimiento es contrarrevolucionario, como contrarrevolucionaria es la incultura que en estos aciagos días nos asfixia y, a pesar de muchos, nos determina. Soy de los que opinan, que no del bando, porque en mi vida he pertenecido a ninguno, que el aburrimiento es una invención fruto de las mezquinas mentes de hombres malvados. El aburrimiento no existe, y si existiese, habría que abolirlo, por ser éste la principal arma contra la meditación, contra la reflexión, contra la culturización.
El aburrimiento es el caballo de Troya de retorcidas materias grises, que inofensivas se cuelan en nuestra retaguardia y, cuando menos lo esperamos, nos asestan el golpe mortal, cuyo síntoma más claro es la inacción, que finalmente te conduce, sin dilación, sin remedio, a la indiferencia. Con esto intento manifestar mi rechazo a la mentalidad que se ha apoderado, como el caballo de Troya, en la juventud. Sí, se que soy un pelma, pero no cejare en mi empeño de denunciar esta barrabasada, esta inminente derrota. Ayer, mientras asistía a clase de Literatura y me deleitaba con la magnífica poesía del gran Antonio Machado, leyendo la entrevista que Gerardo Diego le hace para su famosa "Antología", al llegar al punto donde confiesa Machado que sus aficiones son leer y pasear, el compañero ubicado a mi lado me dirige una cómplice mirada, mitad canalla, mitad risoria. Yo le devolví una mirada esclarecedora y dejó de sonreir sarcásticamente. Entendió que entre sus motos y sus discotecas y los paseos y lecturas de Machado prefiero, indudablemente, las aficiones del segundo. Creo que tras éste capitulo, capítulo indiferente, anecdótico, irrelevante, entenderéis cuan es mi decepción por una mayoritaria porción de juventud, jóvenes como yo, que no muestran ni el más mínimo agrado -¡agrado!- ni el más mínimo respeto por nuestro genios. Si la juventud no está muerta, está agonizante, está exhalando suspiros mortecinos, como cortinillas de niebla insípida, está exhortando desgarradores gritos y lamentos que se hunden en ese mar de pasmosa indiferencia, y lo peor es que no la han asesinado, sino que ella misma se ha suicidado, no con cicuta como Sócrates, ironía de la vida, condenado por corromper a la juventud, sino como Jimmy Hendrix, ahogado en sus propios vómitos. Será que la cicuta es sólo muerte para Sabios, pero a mí sólo me queda decir: "Que Dios te bendiga, imbécil."
Tolentino Mendonça - Quatro tiros no coração
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