Si alguna vez tuviese que residir en el extranjero, espero que así sea, me gustaría que fuese Londres. Es un comentario inocente como otros muchos, pero irónico porque nunca he tenido el placer de estar en la capital inglesa. Siempre me han atraído las imágenes de Londres. Ejercen sobre mí un magnetismo indescriptible y de tantas y tantas fotos, vídeos que he visualizado de la ciudad del Támesis, me recreo de tal manera que parece en mi subconsciente que la visitase todos los fines de semana.Niebla, autobuses de dos pisos, el Parlamento, el gentleman inglés... Soho, Trafalgar Square, Picadilly Circus... Shakespeare. El agente 007. El almirante Nelson o el fracaso de nuestra Armada Invencible destinada a pasear por los engalanados pasillos de Buckingham Palace las ensangrentadas picas de los Tercios de Flandes y que únicamente consigfuieron ver, y de lejos, los blancos acantilados de Dover. Los menos afortunados vieron también las playas de Irlanda y por último el rostro encapuchado de su verdugo, como el de un ser sin vida condenado a anudar sogas en los cuellos de aquellos que la perderan cuando el cuello cruja.
Londres.
Heathrow. Gatwick. Luton.
Cuando pise los brillantes suelos de cualquiera de estos modernos nidos de nuestro modernos pájaros, que llamamos aviones y que enumeramos, sabré que una parte de mis sueños se habrá cumplido.
Aunque tan solo sea una parte ...






