Hoy encabeza la entrada de este artículo, como título, la expresión que dice "la conjura de los necios" y me perdone John Kennedy Toole desde allí donde esté por plagiarla, aunque con benevolencia y enorme admiración, el título de su obra mestra, el título de un paladín de la novela del siglo pasado, pero es que no encontré otro encabezamiento mejor o más adecuado para las conjeturas que hoy, lector anónimo, voy a expresar. Dicho ésto, comienzo a exponer toda mi crítica y por ello pongo mi cabeza encima del papel, pues escribir siempre fue oficio de valientes, oficio de luchadores, oficio de denunciantes, al modo de Dostoievski en su magistral "Crimen y Castigo" y como Raskolnikov, me dispongo a eliminar a la vieja usurera, alegoría de la vieja burgesía en la Rusia del Zar, como alegorías también pintaba El Greco desde su casa en el Barrio Judio toledano, y es que es encender la televisión, esa caja tonta que nos absorve e incluso que nos humilla, y es venirse el mundo a los pies, y más si la enciendo -rara vez ocurre ésto, casos aislados- en horario de tarde. No veo más que bazofia. Sí, es cierto, soy un quejica, un llorón, critico todo, pero es que me repele sobremanera esos programas del corazón, de cotilleo, esa telebasura infame que pudre las mentes de aquellos que la ven. No entiendo como alguien en su sano juicio puede dedicar un ápice de su tiempo, que es oro, a ver estos bodrios salidos de la más retorcida mente, de la más retorcida personalidad. Y menos entiendo como personas que se dicen mentalmente sanas, o más bien se consideran, pueden acudir de público o para acaparar unos minutos, instantes, de ¿gloria? en estos programas salidos de la sinrazón, en estas orgias de chabacanería, mal gusto y falta de decencia.
Hoy descargo toda mi ira en este artículo, porque es el mejor sitio donde descargarla, para que otros, al menos, sepan lo que siento respecto a éstos programas, lo que siento respecto a esos personajillos que se hacen llamar personas humanas y que venden hasta la última gota de su intimidad por treinta monedas de plata. Pero, puestos a reflexionar, quién fue más humano que Judas, al que llamaban Iscariote.