"DICHOSA EDAD Y DICHOSOS SIGLOS AQUÉLLOS A QUIEN LOS ANTIGUOS PUSIERON EL NOMBRE DE DORADOS, Y NO PORQUE EN ELLOS EL ORO, QUE EN ESTA NUESTRA EDAD DE HIERRO TANTO SE ESTIMA, SE ALCANZASE EN AQUELLA VENTUROSA SIN FATIGA ALGUNA, SINO PORQUE ENTONCES LOS QUE EN ELLA VIVÍAN IGNORABAN ESTAS DOS PALABRAS DE TUYO Y MÍO"

martes, 26 de mayo de 2009

Los individuos tristes.


Don Concepción siempre va ataviado con un viejo gabán que conoció mejores tiempos allá cuando reinaba su católica majestad Alfonso XIII, jovenzuelo putero, borracho y fumador, más dado a los coches veloces y deportivos y a los desfiles militares que a dirigir los destinos de una patria, acaso imperial, ya desfallecida. Se paseaba muy cuco calle Alcalá arriba, que es la más querida por los madrileños, con un nardo en la solapa, que no conjuntaba mucho, que una manola le había colocado mientras le intentaba sisar la cartera. Pero don Concepción, que parecía haber salido de un cuadro de Zurbarán, y que odiaba al alcohol y a las mujeres con ese odio que destilan unos ojos grises y violetas cuando llovía, era un individuo gris, pobre y sin un cuarto con el que tomarse un cafelito con leche. Mientras paseaba, ensimismado en sus asuntos y sus gestiones de trabajo de oficinista, irradiaba ese aroma, ese tufillo incontestable de los esperpénticos personajes cóncavos en la calle del Gato, plagado de suciedad, mierda y amor vacío que hacía incontestable cualquier pensamiento irracional. Lo peor de los personajes como don Concepción, el oficinista viejo, asmático y cansado era que habían nacido para ser individuos tristes, pero en esta vida, y él lo aceptaba con mal disimulada resignación, tiene que haber de todo, oiga.

lunes, 25 de mayo de 2009

La deuda de los canallas.



Si te digo la verdad, hace un tiempo que empecé a aborrecer a Arturo Pérez Reverte. Le veía como a un escritor de baratijas protegido por su papel de ex corresponal de guerra y disfrazado de tipo duro al más puro estilo Eastwood, pero hace poco, cuando terminé una interesante lectura de Raúl del Pozo, otro atrapa balas especializado en conflictos del desierto -hay que ver lo que da de si la antigua Mesopotamia-, comencé a leer, no muy convencido, una de las primeras obras del navegante murciano -navegante por eso de su pasión al mar- titulada El maestro de esgrima. Tengo que confesarte que me sorprendió. Y me sorprendió de forma grata. Tal vez le tenía mal conceptuada y caí en en error -craso error- de calificarle y juzgarle desde el punto de vista personal y no desde las bases de su trabajo como escritor. Me sentí algo miserable, algo ruín y algo, pero solo algo, canalla, y recordé al momento esos buenos ratos pasados con el capitán Alatriste y esa España de muros derruida que decía Quevedo, y que no era otra cosa que la abyecta y obtusa España de los Austrias vagos. El capitán Alatriste inculcó en mí, en cierto modo, esa pasión por la Historia de nuestro país cuando todos éramos católicos y todos íbamos a misa, incluso alguno había por ahi que escuchaba tres o cuatro diarias -léase Felipe II, el Rey Austero-. El capitán Alatriste y su fiel Íñigo me hicieron pasar tardes memorables frente al mar Mediterráneo, sonriendo bajo la cálida brisa de las costas de Cádiz. No he escrito ésto para justificar el trabajo de Pérez Reverte, ni mucho menos, pero sí empujado por esa deuda que tenía contraída con él desde hace años. Hoy creo que la he saldado. A partir de ahora podré juzgarle a mi antojo. O eso espero. Que el Señor os proteja.

lunes, 18 de mayo de 2009

Volvemos a AMANECER.


Siento no haber escrito nada durante los últimos meses, pero es que cuando uno se encuentra en una playa como la de la imágen la escritura incomoda más que el tráfico en La Castellana en hora punta... obviamente es mentira y el motivo de mi prolongada falta no es otra que mi secuestro por parte del despiadado estudio. En breves me pondré al día. Un abrazo a todos y a todas, y aquí os tiendo, amistosamente, mi pluma.

Alberto.