"DICHOSA EDAD Y DICHOSOS SIGLOS AQUÉLLOS A QUIEN LOS ANTIGUOS PUSIERON EL NOMBRE DE DORADOS, Y NO PORQUE EN ELLOS EL ORO, QUE EN ESTA NUESTRA EDAD DE HIERRO TANTO SE ESTIMA, SE ALCANZASE EN AQUELLA VENTUROSA SIN FATIGA ALGUNA, SINO PORQUE ENTONCES LOS QUE EN ELLA VIVÍAN IGNORABAN ESTAS DOS PALABRAS DE TUYO Y MÍO"

miércoles, 4 de marzo de 2009

Que Dios te bendiga, imbécil.

Decía la gran figura del Novecentismo Ramón Gómez de la Serna, Ramón, como gustaba que le llamasen, que aburrirse es besar a la muerte, con esa exactitud metafórica propia de las greguerías, que al fin y al cabo no eran más que la suma de la metáfora y el humor. Pero también decía San Juan de la Cruz, el tonsurado abrumado por el misticismo, natural de la muy noble villa abulense, árida y seca ella, de Fontiveros, que pongamos amor donde no hay amor y sacaremos amor; después de reflexionar, no mucho, culpa de los exámenes que sobre mí se lanzan -¡cobardes!-, me pregunto si besar a la Muerte, donde suponemos no hay amor, donde inquirimos que no hay nada, si besar a esa Nada es el aburrimiento, y la verdad es que yo no recuerdo si antes de nacer me aburría o no. También decían los jóvenes luchadores del Mayo francés, siempre bajo la capa o el manto de papel de Sartre, que el aburrimiento es contrarrevolucionario, como contrarrevolucionaria es la incultura que en estos aciagos días nos asfixia y, a pesar de muchos, nos determina. Soy de los que opinan, que no del bando, porque en mi vida he pertenecido a ninguno, que el aburrimiento es una invención fruto de las mezquinas mentes de hombres malvados. El aburrimiento no existe, y si existiese, habría que abolirlo, por ser éste la principal arma contra la meditación, contra la reflexión, contra la culturización.
El aburrimiento es el caballo de Troya de retorcidas materias grises, que inofensivas se cuelan en nuestra retaguardia y, cuando menos lo esperamos, nos asestan el golpe mortal, cuyo síntoma más claro es la inacción, que finalmente te conduce, sin dilación, sin remedio, a la indiferencia. Con esto intento manifestar mi rechazo a la mentalidad que se ha apoderado, como el caballo de Troya, en la juventud. Sí, se que soy un pelma, pero no cejare en mi empeño de denunciar esta barrabasada, esta inminente derrota. Ayer, mientras asistía a clase de Literatura y me deleitaba con la magnífica poesía del gran Antonio Machado, leyendo la entrevista que Gerardo Diego le hace para su famosa "Antología", al llegar al punto donde confiesa Machado que sus aficiones son leer y pasear, el compañero ubicado a mi lado me dirige una cómplice mirada, mitad canalla, mitad risoria. Yo le devolví una mirada esclarecedora y dejó de sonreir sarcásticamente. Entendió que entre sus motos y sus discotecas y los paseos y lecturas de Machado prefiero, indudablemente, las aficiones del segundo. Creo que tras éste capitulo, capítulo indiferente, anecdótico, irrelevante, entenderéis cuan es mi decepción por una mayoritaria porción de juventud, jóvenes como yo, que no muestran ni el más mínimo agrado -¡agrado!- ni el más mínimo respeto por nuestro genios. Si la juventud no está muerta, está agonizante, está exhalando suspiros mortecinos, como cortinillas de niebla insípida, está exhortando desgarradores gritos y lamentos que se hunden en ese mar de pasmosa indiferencia, y lo peor es que no la han asesinado, sino que ella misma se ha suicidado, no con cicuta como Sócrates, ironía de la vida, condenado por corromper a la juventud, sino como Jimmy Hendrix, ahogado en sus propios vómitos. Será que la cicuta es sólo muerte para Sabios, pero a mí sólo me queda decir: "Que Dios te bendiga, imbécil."

martes, 3 de marzo de 2009

De como se puede odiar la idiosincrasia española y a la vez amarla.


Critico mucho este país en el que vivo. Lo critico constantemente y a culaquier, o casi cualquier suceso, frase, acción que afirmo con rotundidad, o niego con aún más rotundidad, hago mía la boca del gran Catón a la más vetusta manera. "Delenda est Cartago". "Delenda est Hispania". España debe de ser destruída; la actual España, despojo de ese mundo mágico que fue Iberia, Hispania, Al Ándalus. La que fue cuna de mentes tan ilustres como Miguel de Cervantes, Ramón y Cajal, de feroces guerreros como Viriato, los mercenarios hispanos, aguerridos de melena al viento que con su sangre del Norte regaron los campos de Germania, los almogávares, cuyos gritos aún resuenan en el viento de Atenas y envuelven la Acrópolis, los Tercios que vagaron por mares de fuego, sangre por todo el mapa europeo por causas justas o menos justas. Los numantinos, que doblegaron en orgullo al más vasto imperio antiguo. Ahora España es el paraíso de lo cutre, de lo chabacano, de la telebasura, del Gran Hermano, del Diario de Patricia, de la corrupción inmobiliaria, de la incultura, de los políticos torpes e irresponsables. El país de la fiesta, de las orgías alcohólicas desenfrenadas, de los Torrentes, de las putas televisivas. Puede parecer que todas estas enumeraciones vayan ligadas al carácter español, pero me niego a que se las una, se las identifica con la identidad española, con la idiosincrasia, valga la redundancia, porque si no, yo no soy español e incluso podría plantearme que en un país cuyo máximo referente televisivo sea un programa donde buitres se avalanzan sobre carnaza yo sobre. Yo estorbe. Pero aún no he expuesto que puntos, a expensas de lo expuesto, aún me ligan a la idiosincrsia española. Los he resumido en tres, y no ha sido muy difícil, por ardua tarea que parezca. Yo los denomino los tres sacramentos que aún me aunan a la identidad ibérica.

El primero es el idioma. Considero el castellano un idioma bello, el latín del desierto, como dijo un famoso filólogo, creo recordar del siglo XIX y del cual no recuerdo el nombre. El castellano fue el idioma del imperio en el que nunca se ponía el sol, el idioma en el cual Cervantes concibió y escribio a nuestro Ingenioso Hidalgo, noble caballero que aún no se ha prostituído, aunque hace unos años, en su cuarto centenario lo intentasen, y que aún anda vagando sobre Rocinante por las estepas manchegas mientras Sancho frecuenta esos pérfidos lupanares sitos en la Carretera de Andalucía.

El segundo sacramento es la dieta, el yantar, el que se puede degustar aún en mesones y casas de piedra, o de adobe, o bajo un robusto olivo o enrevesada encina, contemplando los vastos campos de la ancha Castilla, al fondo las cumbres pardas, moradas, amoratadas de la Sierra de Guadarrama y de Gredos, cuyos picos aún están salpicados de la nívea sustancia, identidad del Invierno. Una mesa de madera, caldos, pan de trigo, viandas, vinos rojos, como sangre de la tierra, dulces de tradición grotesca. La mesa española siempre ha sido austera, vieja herencia de los Austrias que dominaron medio mundo, pero a su vez exquisita. Gracias, american way life por ultrajar, por violar nuestras identidades.

El tercer, y por ello último sacramento es el de la tauromaquia. Sé que entre mis más habituales lectores una inmensa mayoría son acérrimos defensores de los derechos de los animales. Yo, aunque suene algo irónico, también lo soy. Tampoco soy un retrógrado, un fascista, como podéis haber ido averiguando y deduciendo de mis textos, de mis escritos. Tampoco soy un sanguinario individuo que se excita al ver el sufrimiento animal, pero, irremediablemente, la tauromaquia es la esencia que más hondo a aunado la identidad española. Si alguien quiere entender la historia española, ésta es como una corrida de toros, porque conjuga todas nuestras señas, orgullo, lucha, pasión, todas nuestras esperanzas, el indulto, la gloria, y todos nuestros fracasos, sufrimiento, angustia, Muerte. El espectáculo taurino puede amarse, puede aborrecerse, pero ante todo debe respetarse, porque nuestra Historia se resume a treinta minutos de lucha, de pasión, de orgullo, de humillación y de Muerte, además de ser un rito ancestral que está, irrevocablemente, condenado a la desaparición. Debemos mentar, también, que no hay rito ancestral ni moderno tan cargado de un simbolismo erótico tan clarividente como es la fiesta de los toros, esencia que también se enlaza con nuestra Historia, plagada de valientes mujeres anónimas, de retorcidas y ambiciosas reinas, de amantes y queridas que eran tema cotidiano en mentideros de cualquier ciudad.

La idiosincrasia española ha muerto. ¡Larga vida a la identidad española!





(*) La foto corresponde a la obra titulada "Gregorio el Botero en Sepúlveda", obra de Igancio Zuloaga, que retrató pueblos y campesinos castellanos, visiones de una Castilla ruda, austera, con pinceladas donde se reflejan la miseria y las tradiciones más nuestras. No sé por qué, siempre me emociono contemplando esta obra. Ahora sé que es por lo expuesto anteriormente.